La presencia del hombre en nuestro suelo se remonta, al menos, al año 4000 o 45000 a. de C., a juzgar por los restos arqueológicos que tenemos hasta ahora. De esta época se han hallado diversos objetos como un vaso Neolítico de arcilla y barro con decoración incisa, algunas hachas de piedra pulimentada, un cuchillo de sílex, etc. Estos utensilios demuestran la existencia de algún tipo de poblamiento en el curso medio-alto del río Dúrcal, que junto a otros vestigios encontrados en Cozvíjar, por ejemplo, indican la importancia del Valle de Lecrín como zona de paso natural entre la costa, la Alpujarra y la vega de Granada.

En el primer mileno a. de C. empiezan a llegar a las costas del sudeste de la Península pueblos de Oriente Medio en busca de metales y para establecer sus colonias, con lo que el conocimiento del pasado empieza a hacerse más preciso y amplio. Fenicios, griegos, cartagineses y más tarde romanos se establecieron por el sur peninsular y entraron en contacto con las tribus autóctonas; no obstante, hasta la época romana no tenemos constancia de la presencia de hábitat en nuestro pueblo y sólo de manera hipotética, pues solo se han hallado hasta el momento cuatro monedas romanas de diferentes épocas y zonas de la Vega de Dúrcal; la más antigua de ellas es la del emperador Tiberio Claudio, que gobernó entre el 41 y el 54 d.d.C, después tenemos otra de Trajano (98-117 d.d.C), otra de la época de Antonio Pio (2ª mitad del siglo II d.C.) y finalmente otra de Alejandro Severo (227-235 d.C.).

Todas estas monedas son de bronce y nos indican el que en Dúrcal debió de existir algún tipo de poblamiento romano; recordemos la existencia de un yacimiento romano en Talará y de otros restos en Padul, lo que nos da idea de cierta ocupación en el Valle de Lecrín en esta época.

Después, hasta la llegada del Islam, se vuelve a borrar nuestra memoria histórica para reabrirse a partir del siglo VIII d.C. A lo largo de los ocho siglos de cultura musulmana en nuestra tierra parece que por primera vez se dio algún tipo de administración local definida, como lo muestran las referencias de algunos textos a que nuestro valle era un lqlim (de ahí deriva Lecrín) de la Cora o distrito de Elvira (Granada). De este dilatado periodo de nuestro pasado histórico procede la creación y fisionomía de los pueblos del Valle de Lecrín, distribuidos como pequeños barrios ocupando las zonas de cultivo protegidos por fortines o pequeñas fortalezas que vigilaban las zonas de paso del Valle (como el Peñón de los Moros, o el Fuerte de Murchas, etc.). Eran pueblos dedicados a la agricultura, en la que fueron maestros (de esta época procede el sistema de regadío) los cítricos, y el cultivo de la moreda para la producción de seda, importante fuente de recursos hasta la llegada de los cristianos. De esta época proceden también la mayoría de los topónimos empleados como Talará (Harat al-arab: barrio árabe) o Dúrcal (Durkal-iqlim: la perla de la comarca) o Marchena (Maray: vega), etc.

Con todo, el desarrollo de estas poblaciones se dio a partir del siglo XIII, en época Nazarí, cuando Granada era el único territorio del Islam en la Península y llegaban a ella musulmanes de otros lugares a consecuencia de las guerras de conquista castellana.

1492 fue una fecha crucial en la historia de España (también del mundo al descubrirse América) determinante en nuestra historia local. Se conquista Granada y comienza poco después un proceso de eliminación de los, desde entonces, denominados moriscos que desembocaría en el levantamiento de estos, precisamente en el Valle de Lecrín y luego en la Alpujarra. En Dúrcal, más concretamente en el “Barrio de Marjena”, como lo llama Mármol Carvajal en el siglo XVII, y que corresponde con lo que hoy conocemos como Fuente de Mahina, se desarrolló una batalla entre fuerzas cristianas provenientes desde Padul hacia la Alpujarra y moriscos allí refugiados, venciendo finalmente los castellanos.

Tras la expulsión de los moriscos, que concluye en 1571, Dúrcal, y Granada en general, quedó en una situación de retroceso económico al paralizarse la gran agricultura morisca y sus aprovechamientos artesanales como el de la seda. Así la población de Dúrcal pasó de 800 h. en 1568 a 408 en 1571 y sólo 320 en 1587. Durante el siglo XVII comienza a estructurarse la nueva cultura cristiano-castellana, que atraviesa en esta centuria por una gran crisis; Dúrcal en 1730 sólo contará con 160 h., si bien en la segunda mitad del siglo comienza la recuperación, llegando al millar de almas.

Dúrcal se configura como un pueblo agrícola, con una nueva distribución de la tierra procedente de los repartimientos del siglo XVI de los bienes de los moriscos y produciéndose un progresivo minifundismo al dividir de generación en generación la tierra que harán de su principal fuente de recursos un medio de precaria subsistencia, salvo excepciones. El siglo XIX ve crecer la población paulatinamente hasta los 3075 h. de 1900.

Las primeras décadas del siglo XX trajeron la construcción de la carretera con Granada, la línea férrea y el cable con Motril, teleférico que fue en su época el más largo de Europa, pero que pronto se mostró inviable de mantener, algunas fabricaciones, etc. Todo esto unido a la producción agrícola y a los capitales procedentes de las sucesivas emigraciones de mediados de este siglo, hizo posible una diversificación económica del municipio y un gran avance del sector industrial y de servicios que han creado unas buenas perspectivas económicas para Dúrcal en los últimos veinte años, quedando, no obstante, sin producirse claras mejoras en la agricultura y en otras actividades tradicionales.

La historia de Dúrcal está, no obstante, aún por escribirse y pensarse. Es solo la historia de un pequeño entorno, sin nombres ni hechos gloriosos, pero debe ser repasada y sentida al menos por quienes vivimos en el suelo, pues su conocimiento es un gran ejercicio de memoria colectiva.

José Miguel Puerta